Prohibición de la pirotecnia en la ciudad de Madrid

Lo que convierte a las tradiciones en lo que son es su repetición en el transcurso del tiempo. Pero nada más. No son intrínsecamente buenas ni suponen necesariamente el enriquecimiento cultural de quienes las practican (o las sufren).

Cada año asistimos, especialmente en las fechas Navideñas, al mismo y lamentable espectáculo. Ciudadanos que salen a la calle con una determinada (generalmente grande) cantidad de petardos y demás pirotecnia, que detonan impunemente en medio de gran alegría (la suya) por el estruendo.

Lo que es mucho menos alegre es la gran cantidad de ciudadanos que, con los mismos derechos que los primeros, tienen que sufrir el estruendo, muy por encima de los niveles legales y razonables. 

Pero es aún peor con los miles de mascotas de la ciudad de Madrid. Perros y gatos que, en ocasiones, llegan a morir del stress que este ruido les provoca. O Perros que, del susto, escapan de sus dueños, cruzan la calle, y son atropellados por coches.

Reconocer el derecho de las personas a su libertad de expresión y a la diversión no debería estar nunca por encima de unos parámetros razonables de convivencia, ni del derecho de los demás a vivir en un entorno con unos niveles de ruido razonables.

No sé qué cultura hay en el hecho de explotar cosas, cuando más fuerte mejor. Pero sí sé que nuestros animales tienen derecho a vivir tranquilos, y a no morir del stress para que algunos incívicos se diviertan.