Sobre quitar la calle a D. Ramón Gómez de la Serna
Agradeciendo, en primer lugar, ésta oportunidad de comunicar con el Ayuntamiento de Madrid, yo deseo expresar un sentimiento y una preocupación que me inquieta mucho. He leído en los medios de prensa que el Ayuntamiento se propone quitar del callejero de Madrid una serie de calles dedicadas a personajes que se consideran vinculados con el franquismo. Entre esas calles estaría la dedicada a Ramón Gómez de la Serna. Si eso se produjese y se le retirase su calle a este insigne escritor madrileño se estaría cometiendo una flagrante injusticia. Ello por muchísimas razones y paso a exponer algunas. En algún medio de prensa se ha publicado la siguiente información tendenciosa y falsa:
«"Ramón Gómez de la Serna desde Argentina se decantó por el Bando Nacional, manifestando su apoyo al Movimiento y haciendo entrega de una cuantiosa suma de dinero para financiar a los sublevados contra la República. En 1944 comenzó a colaborar en el diario falangista Arriba. En 1949 regresó a Madrid, donde tuvo una recepción con el Caudillo de España Generalísimo Francisco Franco, del que era gran admirador. Su hijo, Víctor de la Serna, también cuenta con su propia calle. Militante falangista, durante la guerra apoyó a la causa franquista mediante su participación en las tareas de propaganda. Suya fue la célebre frase "Camarada Miguel de Unamuno: ¡Presente!" durante el entierro del escritor. Al terminar la contienda fue director del diario madrileño Informaciones, desde donde defendió a Hitler y su régimen.”
Es falso que Ramón se decantase por el Bando Nacional desde Argentina. Es más, cuando llegó alli se definió como «Azañista» y republicano. No pudo hacer ninguna donación económica porque fue un hombre que vivió sus 36 años de auto-exilio en la precariedad mas absoluta no contando para vivir con más medios que sus mal pagadas colaboraciones en periódicos. En el diario Arriba escribió cuando el diario se lo ofrecióente pagándole espléndidamente, pero exclusivamente greguerías y cosas intrascendentes. Cuando el periódico le exigió la redacción de artículos «de fondo» cesó su colaboración con él. Es verdad que regresó en un viaje «encerrona» a España en 1949, pero estuvo pocos días porque le asfixiaba la opresión política en España. Acudió a la recepción de Franco con un «Frac» alquilado pero rehusó su solicitud de quedarse en España y retornó a los pocos días a la Argentina en la que murió. Ya, la información, cuando habla de su hijo, pasa a ser deleznable pues Ramón Gómez de la Serna nunca tuvo ningún hijo y menos falangista.
Ruego encarecidamente al Ayuntamiento de Madrid que tenga presente que muchas informaciones sobre Ramón son falsas y muchas motivadas por la envidia que suscitaba siempre entre otros literatos. Algunos le detestaron siempre y plagaron de infundios sobre su persona. Un exiliado que se marchó de España cuando la guerra «Porque los españoles solo pensaban en matarse» y porque «Se iban a cerrar todas las librerías» y que mantuvo siempre íntegra su independencia, nunca pudo ser un franquista. La prueba está en que jamás recibió honores ni prebendas de aquel régimen. Al final de su vida recibió del gobierno argentino una pensión para poder sobrevivir. Es uno de los mas grandes escritores madrileños de todos los tiempos, con 100 libros geniales editados y fué siempre honesto e independiente. Se merece su calle actual y merecería mucho más. Confío en que el ayuntamiento no cometa la torpeza de quitársela.
He votado a este Ayuntamiento y comparto la idea (no sé si se llegará a hacer) de eliminar nombres franquistas como pasaje Gral. Mola o la inscripción del Arco de la victoria de Moncloa, que nos recuerda permanentemente la 'Victoria' de unos españoles sobre otros, algo que no ocurre en ningún lugar del mundo civilizado, y convertirlo en un monumento a la victoria de una reconciliación que parece que no acaba de llegar cuarenta años después de la muerte del dictador. Del mismo modo que creo que el respeto que nos debemos unos a otros, a estas alturas, obligaría a dejar los nombres de calles de gente como Gómez de la Serna y otros que, al fin y al cabo, franquistas o no, no representan ya el espíritu y la acción totalitaria de la dictadura, dirigida de forma violenta contra la mitad de la población española denominada 'rojos'. Me parece bien tu discurso y apoyo la idea, no obstante me permito decirte que yo no llamaría a Franco Caudillo Generalísimo, sino dictador fascista.
En una entrevista de 1935, a la pregunta «¿Qué le ha parecido el congreso de escritores soviéticos?», Ramón responde: «No creo que la literatura deba estar al servicio de ninguna idea. Ni apruebo este congreso ni aquel otro de Italia —al que fui invitado por el embajador italiano y no asistí— porque creo que ni el fascismo ni el comunismo abrirán un nuevo camino a la literatura. Esta vive en la plenitud —lo único que vive— aún muriéndose de hambre»1. La realidad es, primero, que Ramón huyó de Madrid2 el 29 de agosto de 1936 , huyendo de la que, peyorativamente, llamó revolución (La revolución es lo que más se parece a la muerte. Es mucho más crimen que la guerra); segundo, que Ramón manifestó de modo inequívoco y reiterado sus adhesiones; y, tercero, que la apreciación de Ramón ha resultado perjudicada como pago de aquellas actitudes y el propio Ramón quedó condenado a la soledad menesterosa, en la que no tuvo el consuelo de la Real Academia, ni siquiera el Premio Mariano de Cavia. En sus apuntes biográficos, Ramón lo registra, impávido: «Al volver de España, en 1949, encerrona del hambre. Todos me esperaban para eso. Estaba combinado el cierre del círculo». Esta nota y otras semejantes, están tomadas del fichero de apuntes, frases o ideas, que, en forma de papeletas, Ramón reúne y clasifica como base de datos para sus escritos. Este fichero se mantiene inédito en la Universidad de Pittsburgh (Pennsylvania), que, con otros efectos literarios, lo adquirió por venta de la viuda del escritor, Luisa Sofovich. Los dos mazos de papeletas que he manejado suman seiscientas dieciocho fichas, transcritas y fotocopiadas con garantía suficiente. Ramón, condenado Muchas veces, como advierte el académico Francisco Nieva, la condena de Ramón ha sido tan inclemente como sorda, ninguneo de «el que no piense como yo, no existe» Francisco Nieva concreta: «He visto desdeñar mucho a Gómez de la Serna». Simultáneamente, Luis Carandell reconoce que «a Ramón no se le ha hecho, en nuestro país, todo el caso que merece». Y Octavio Paz se pregunta: «¿Cómo perdonar a los españoles e hispanoamericanos esa obtusa indiferencia ante la obra de Ramón?». «Era tan apasionadamente español que algunas fracciones secreta o públicamente antinacionales le borraron de su lista de favoritos», afirma Tomás Borras. Así, en 1988, el centenario de Ramón pasó solapadamente para el Ayuntamiento de Madrid, que, en otro tiempo, le había concedido la Medalla de Oro de la Villa; y se pudo decir que Ramón, es «un escritor olvidado por unos y por otros». El Ayuntamiento parecía acatar la sentencia, teñida de stalinismo, de Rafael Alberti, que, en Buenos Aires, negaba el saludo a Ramón «debido a su tonto e innecesario franquismo, que lo alejó de sus más grandes amigos». Ya muerto Ramón, Alberti lo versifica en su Soneto impuntuado que empieza «Por qué franquista tú torpe ramón / elefante ramón payaso harina», para terminar con el inevitable reconocimiento: «ramón timón tampón titiritero / incongruente inverosímil pero / ramón genial ramón sólo ramón». Y, por el mismo motivo, Vicente Aleixandre comenta con José Luis Cano que «en España, a partir de la guerra, se ha sido injusto con Ramón y que en la posguerra se le ignoró totalmente». Ramón no se recata, en efecto, en sus expresiones de solidaridad española, que no manifiesta precisamente en días de bonanza, sino en los más críticos; no por un sentimiento banderizo u oportunista, sino, como él mismo explica, por un profundo patriotismo. Así, Ramón, que según Borrás, «nunca traicionó ni a su propio ser ni al metafísico ser de España», escribe en Automoribundia y en su fichero: «Yo soy, ante todo y sobre todo, un patriota. En el fondo de mis adhesiones late este sentimiento. «España no son algunos españoles ni, muchas veces, toda una generación. España espera y, con sólo esperar, la otra generación vuelve a ser España». «La Patria no es un himno sino un rezo, un silencio de paz profunda». Punto culminante de su estancia en Madrid, en 1949, es la audiencia con el Jefe del Estado, el 25 de mayo. Rafael Flórez, bajo el título protocolo ha documentado aquel encuentro a partir de las impresiones que recoge directamente de Ramón. Cualquier personalidad española se entrevistaba con Franco. Franco le ofreció quedarse en España, peero Ramón rehusó tal posib ilidad. Al regresar a Argentina se encontró con una hostilidad y un vacío enormes en los medios literarios donde él trabajaba. El peso de la colonia española republicana era enorme. Muchos diarios lo borraron prácticamente de su cuerpo de colaboradores. La editorial Losada, que se había quedado con su libro sobre el Greco para lanzarlo ya a la venta, le dijo que los obreros habían derretido el plomo y que «no hay posibilidad de editarle más libros» Mientras tanto Ramón apunta dramáticamente en su fichero: «Vuelta. Arruinado. Así como con la fiera se usa el círculo de fuego, con el hombre honrado y sincero se empleó el círculo de hambre». «La única iniciativa es suprimirme a mí». «En alguna imprenta me habían hecho la jugada que jamás me hicieron en la vida: me habían machacado el plomo de un libro de arte. Todos a mi alrededor cobrando del Estado. Políticos con sueldo y cargos. Y al desinteresado, al que nada movía políticamente con su desinteresada declaración, un sabotaje inmundo y cobarde». «El abandono en que se me ha metido, clama al cielo. En una entrevista de 1935, a la pregunta «¿Qué le ha parecido el congreso de escritores soviéticos?», Ramón responde: «No creo que la literatura deba estar al servicio de ninguna idea. Ni apruebo este congreso ni aquel otro de Italia —al que fui invitado por el embajador italiano y no asistí— porque creo que ni el fascismo ni el comunismo abrirán un nuevo camino a la literatura. Esta vive en la plenitud —lo único que vive— aún muriéndose de hambre»1. La realidad es, primero, que Ramón huyó de Madrid2 el 29 de agosto de 1936 , huyendo de la que, peyorativamente, llamó revolución (La revolución es lo que más se parece a la muerte. Es mucho más crimen que la guerra); segundo, que Ramón manifestó de modo inequívoco y reiterado sus adhesiones; y, tercero, que la apreciación de Ramón ha resultado perjudicada como pago de aquellas actitudes y el propio Ramón quedó condenado a la soledad menesterosa, en la que no tuvo el consuelo de la Real Academia, ni siquiera el Premio Mariano de Cavia. En sus apuntes biográficos, Ramón lo registra, impávido: «Al volver de España, en 1949, encerrona del hambre. Todos me esperaban para eso. Estaba combinado el cierre del círculo». Esta nota y otras semejantes, están tomadas del fichero de apuntes, frases o ideas, que, en forma de papeletas, Ramón reúne y clasifica como base de datos para sus escritos. Este fichero se mantiene inédito en la Universidad de Pittsburgh (Pennsylvania), que, con otros efectos literarios, lo adquirió por venta de la viuda del escritor, Luisa Sofovich. Los dos mazos de papeletas que he manejado suman seiscientas dieciocho fichas, transcritas y fotocopiadas con garantía suficiente. Ramón, condenado Muchas veces, como advierte el académico Francisco Nieva, la condena de Ramón ha sido tan inclemente como sorda, ninguneo de «el que no piense como yo, no existe» Francisco Nieva concreta: «He visto desdeñar mucho a Gómez de la Serna». Simultáneamente, Luis Carandell reconoce que «a Ramón no se le ha hecho, en nuestro país, todo el caso que merece». Y Octavio Paz se pregunta: «¿Cómo perdonar a los españoles e hispanoamericanos esa obtusa indiferencia ante la obra de Ramón?». «Era tan apasionadamente español que algunas fracciones secreta o públicamente antinacionales le borraron de su lista de favoritos», afirma Tomás Borras. Así, en 1988, el centenario de Ramón pasó solapadamente para el Ayuntamiento de Madrid, que, en otro tiempo, le había concedido la Medalla de Oro de la Villa; y se pudo decir que Ramón, es «un escritor olvidado por unos y por otros». El Ayuntamiento parecía acatar la sentencia, teñida de stalinismo, de Rafael Alberti, que, en Buenos Aires, negaba el saludo a Ramón «debido a su tonto e innecesario franquismo, que lo alejó de sus más grandes amigos». Ya muerto Ramón, Alberti lo versifica en su Soneto impuntuado que empieza «Por qué franquista tú torpe ramón / elefante ramón payaso harina», para terminar con el inevitable reconocimiento: «ramón timón tampón titiritero / incongruente inverosímil pero / ramón genial ramón sólo ramón». Y, por el mismo motivo, Vicente Aleixandre comenta con José Luis Cano que «en España, a partir de la guerra, se ha sido injusto con Ramón y que en la posguerra se le ignoró totalmente». Ramón no se recata, en efecto, en sus expresiones de solidaridad española, que no manifiesta precisamente en días de bonanza, sino en los más críticos; no por un sentimiento banderizo u oportunista, sino, como él mismo explica, por un profundo patriotismo. Así, Ramón, que según Borrás, «nunca traicionó ni a su propio ser ni al metafísico ser de España», escribe en Automoribundia y en su fichero: «Yo soy, ante todo y sobre todo, un patriota. En el fondo de mis adhesiones late este sentimiento. «España no son algunos españoles ni, muchas veces, toda una generación. España espera y, con sólo esperar, la otra generación vuelve a ser España». «La Patria no es un himno sino un rezo, un silencio de paz profunda». Punto culminante de su estancia en Madrid, en 1949, es la audiencia con el Jefe del Estado, el 25 de mayo. Rafael Flórez, bajo el título protocolo ha documentado aquel encuentro a partir de las impresiones que recoge directamente de Ramón. Cualquier personalidad española se entrevistaba con Franco. Franco le ofreció quedarse en España, peero Ramón rehusó tal posib ilidad. Al regresar a Argentina se encontró con una hostilidad y un vacío enormes en los medios literarios donde él trabajaba. El peso de la colonia española republicana era enorme. Muchos diarios lo borraron prácticamente de su cuerpo de colaboradores. La editorial Losada, que se había quedado con su libro sobre el Greco para lanzarlo ya a la venta, le dijo que los obreros habían derretido el plomo y que «no hay posibilidad de editarle más libros» Mientras tanto Ramón apunta dramáticamente en su fichero: «Vuelta. Arruinado. Así como con la fiera se usa el círculo de fuego, con el hombre honrado y sincero se empleó el círculo de hambre». «La única iniciativa es suprimirme a mí». «En alguna imprenta me habían hecho la jugada que jamás me hicieron en la vida: me habían machacado el plomo de un libro de arte. Todos a mi alrededor cobrando del Estado. Políticos con sueldo y cargos. Y al desinteresado, al que nada movía políticamente con su desinteresada declaración, un sabotaje inmundo y cobarde». «El abandono en que se me ha metido, clama al cielo.
En una entrevista de 1935, a la pregunta «¿Qué le ha parecido el congreso de escritores soviéticos?», Ramón responde: «No creo que la literatura deba estar al servicio de ninguna idea. Ni apruebo este congreso ni aquel otro de Italia —al que fui invitado por el embajador italiano y no asistí— porque creo que ni el fascismo ni el comunismo abrirán un nuevo camino a la literatura. Esta vive en la plenitud —lo único que vive— aún muriéndose de hambre»1. La realidad es, primero, que Ramón huyó de Madrid2 el 29 de agosto de 1936 , huyendo de la que, peyorativamente, llamó revolución (La revolución es lo que más se parece a la muerte. Es mucho más crimen que la guerra); segundo, que Ramón manifestó de modo inequívoco y reiterado sus adhesiones; y, tercero, que la apreciación de Ramón ha resultado perjudicada como pago de aquellas actitudes y el propio Ramón quedó condenado a la soledad menesterosa, en la que no tuvo el consuelo de la Real Academia, ni siquiera el Premio Mariano de Cavia. En sus apuntes biográficos, Ramón lo registra, impávido: «Al volver de España, en 1949, encerrona del hambre. Todos me esperaban para eso. Estaba combinado el cierre del círculo». Esta nota y otras semejantes, están tomadas del fichero de apuntes, frases o ideas, que, en forma de papeletas, Ramón reúne y clasifica como base de datos para sus escritos. Este fichero se mantiene inédito en la Universidad de Pittsburgh (Pennsylvania), que, con otros efectos literarios, lo adquirió por venta de la viuda del escritor, Luisa Sofovich. Los dos mazos de papeletas que he manejado suman seiscientas dieciocho fichas, transcritas y fotocopiadas con garantía suficiente. Ramón, condenado Muchas veces, como advierte el académico Francisco Nieva, la condena de Ramón ha sido tan inclemente como sorda, ninguneo de «el que no piense como yo, no existe» Francisco Nieva concreta: «He visto desdeñar mucho a Gómez de la Serna». Simultáneamente, Luis Carandell reconoce que «a Ramón no se le ha hecho, en nuestro país, todo el caso que merece». Y Octavio Paz se pregunta: «¿Cómo perdonar a los españoles e hispanoamericanos esa obtusa indiferencia ante la obra de Ramón?». «Era tan apasionadamente español que algunas fracciones secreta o públicamente antinacionales le borraron de su lista de favoritos», afirma Tomás Borras. Así, en 1988, el centenario de Ramón pasó solapadamente para el Ayuntamiento de Madrid, que, en otro tiempo, le había concedido la Medalla de Oro de la Villa; y se pudo decir que Ramón, es «un escritor olvidado por unos y por otros». El Ayuntamiento parecía acatar la sentencia, teñida de stalinismo, de Rafael Alberti, que, en Buenos Aires, negaba el saludo a Ramón «debido a su tonto e innecesario franquismo, que lo alejó de sus más grandes amigos». Ya muerto Ramón, Alberti lo versifica en su Soneto impuntuado que empieza «Por qué franquista tú torpe ramón / elefante ramón payaso harina», para terminar con el inevitable reconocimiento: «ramón timón tampón titiritero / incongruente inverosímil pero / ramón genial ramón sólo ramón». Y, por el mismo motivo, Vicente Aleixandre comenta con José Luis Cano que «en España, a partir de la guerra, se ha sido injusto con Ramón y que en la posguerra se le ignoró totalmente». Ramón no se recata, en efecto, en sus expresiones de solidaridad española, que no manifiesta precisamente en días de bonanza, sino en los más críticos; no por un sentimiento banderizo u oportunista, sino, como él mismo explica, por un profundo patriotismo. Así, Ramón, que según Borrás, «nunca traicionó ni a su propio ser ni al metafísico ser de España», escribe en Automoribundia y en su fichero: «Yo soy, ante todo y sobre todo, un patriota. En el fondo de mis adhesiones late este sentimiento. «España no son algunos españoles ni, muchas veces, toda una generación. España espera y, con sólo esperar, la otra generación vuelve a ser España». «La Patria no es un himno sino un rezo, un silencio de paz profunda». Punto culminante de su estancia en Madrid, en 1949, es la audiencia con el Jefe del Estado, el 25 de mayo. Rafael Flórez, bajo el título protocolo ha documentado aquel encuentro a partir de las impresiones que recoge directamente de Ramón. Cualquier personalidad española se entrevistaba con Franco. Franco le ofreció quedarse en España, peero Ramón rehusó tal posib ilidad. Al regresar a Argentina se encontró con una hostilidad y un vacío enormes en los medios literarios donde él trabajaba. El peso de la colonia española republicana era enorme. Muchos diarios lo borraron prácticamente de su cuerpo de colaboradores. La editorial Losada, que se había quedado con su libro sobre el Greco para lanzarlo ya a la venta, le dijo que los obreros habían derretido el plomo y que «no hay posibilidad de editarle más libros» Mientras tanto Ramón apunta dramáticamente en su fichero: «Vuelta. Arruinado. Así como con la fiera se usa el círculo de fuego, con el hombre honrado y sincero se empleó el círculo de hambre». «La única iniciativa es suprimirme a mí». «En alguna imprenta me habían hecho la jugada que jamás me hicieron en la vida: me habían machacado el plomo de un libro de arte. Todos a mi alrededor cobrando del Estado. Políticos con sueldo y cargos. Y al desinteresado, al que nada movía políticamente con su desinteresada declaración, un sabotaje inmundo y cobarde». «El abandono en que se me ha metido, clama al cielo. En una entrevista de 1935, a la pregunta «¿Qué le ha parecido el congreso de escritores soviéticos?», Ramón responde: «No creo que la literatura deba estar al servicio de ninguna idea. Ni apruebo este congreso ni aquel otro de Italia —al que fui invitado por el embajador italiano y no asistí— porque creo que ni el fascismo ni el comunismo abrirán un nuevo camino a la literatura. Esta vive en la plenitud —lo único que vive— aún muriéndose de hambre»1. La realidad es, primero, que Ramón huyó de Madrid2 el 29 de agosto de 1936 , huyendo de la que, peyorativamente, llamó revolución (La revolución es lo que más se parece a la muerte. Es mucho más crimen que la guerra); segundo, que Ramón manifestó de modo inequívoco y reiterado sus adhesiones; y, tercero, que la apreciación de Ramón ha resultado perjudicada como pago de aquellas actitudes y el propio Ramón quedó condenado a la soledad menesterosa, en la que no tuvo el consuelo de la Real Academia, ni siquiera el Premio Mariano de Cavia. En sus apuntes biográficos, Ramón lo registra, impávido: «Al volver de España, en 1949, encerrona del hambre. Todos me esperaban para eso. Estaba combinado el cierre del círculo». Esta nota y otras semejantes, están tomadas del fichero de apuntes, frases o ideas, que, en forma de papeletas, Ramón reúne y clasifica como base de datos para sus escritos. Este fichero se mantiene inédito en la Universidad de Pittsburgh (Pennsylvania), que, con otros efectos literarios, lo adquirió por venta de la viuda del escritor, Luisa Sofovich. Los dos mazos de papeletas que he manejado suman seiscientas dieciocho fichas, transcritas y fotocopiadas con garantía suficiente. Ramón, condenado Muchas veces, como advierte el académico Francisco Nieva, la condena de Ramón ha sido tan inclemente como sorda, ninguneo de «el que no piense como yo, no existe» Francisco Nieva concreta: «He visto desdeñar mucho a Gómez de la Serna». Simultáneamente, Luis Carandell reconoce que «a Ramón no se le ha hecho, en nuestro país, todo el caso que merece». Y Octavio Paz se pregunta: «¿Cómo perdonar a los españoles e hispanoamericanos esa obtusa indiferencia ante la obra de Ramón?». «Era tan apasionadamente español que algunas fracciones secreta o públicamente antinacionales le borraron de su lista de favoritos», afirma Tomás Borras. Así, en 1988, el centenario de Ramón pasó solapadamente para el Ayuntamiento de Madrid, que, en otro tiempo, le había concedido la Medalla de Oro de la Villa; y se pudo decir que Ramón, es «un escritor olvidado por unos y por otros». El Ayuntamiento parecía acatar la sentencia, teñida de stalinismo, de Rafael Alberti, que, en Buenos Aires, negaba el saludo a Ramón «debido a su tonto e innecesario franquismo, que lo alejó de sus más grandes amigos». Ya muerto Ramón, Alberti lo versifica en su Soneto impuntuado que empieza «Por qué franquista tú torpe ramón / elefante ramón payaso harina», para terminar con el inevitable reconocimiento: «ramón timón tampón titiritero / incongruente inverosímil pero / ramón genial ramón sólo ramón». Y, por el mismo motivo, Vicente Aleixandre comenta con José Luis Cano que «en España, a partir de la guerra, se ha sido injusto con Ramón y que en la posguerra se le ignoró totalmente». Ramón no se recata, en efecto, en sus expresiones de solidaridad española, que no manifiesta precisamente en días de bonanza, sino en los más críticos; no por un sentimiento banderizo u oportunista, sino, como él mismo explica, por un profundo patriotismo. Así, Ramón, que según Borrás, «nunca traicionó ni a su propio ser ni al metafísico ser de España», escribe en Automoribundia y en su fichero: «Yo soy, ante todo y sobre todo, un patriota. En el fondo de mis adhesiones late este sentimiento. «España no son algunos españoles ni, muchas veces, toda una generación. España espera y, con sólo esperar, la otra generación vuelve a ser España». «La Patria no es un himno sino un rezo, un silencio de paz profunda». Punto culminante de su estancia en Madrid, en 1949, es la audiencia con el Jefe del Estado, el 25 de mayo. Rafael Flórez, bajo el título protocolo ha documentado aquel encuentro a partir de las impresiones que recoge directamente de Ramón. Cualquier personalidad española se entrevistaba con Franco. Franco le ofreció quedarse en España, peero Ramón rehusó tal posib ilidad. Al regresar a Argentina se encontró con una hostilidad y un vacío enormes en los medios literarios donde él trabajaba. El peso de la colonia española republicana era enorme. Muchos diarios lo borraron prácticamente de su cuerpo de colaboradores. La editorial Losada, que se había quedado con su libro sobre el Greco para lanzarlo ya a la venta, le dijo que los obreros habían derretido el plomo y que «no hay posibilidad de editarle más libros» Mientras tanto Ramón apunta dramáticamente en su fichero: «Vuelta. Arruinado. Así como con la fiera se usa el círculo de fuego, con el hombre honrado y sincero se empleó el círculo de hambre». «La única iniciativa es suprimirme a mí». «En alguna imprenta me habían hecho la jugada que jamás me hicieron en la vida: me habían machacado el plomo de un libro de arte. Todos a mi alrededor cobrando del Estado. Políticos con sueldo y cargos. Y al desinteresado, al que nada movía políticamente con su desinteresada declaración, un sabotaje inmundo y cobarde». «El abandono en que se me ha metido, clama al cielo.
Yo quisiera poder hablar personalmente a Dña. Manuela Carmena sobre Ramón Gómez de la Serna. Como sé que es imposible hacerlo, para intentar convencerla de que no le quite la calle a un español (y madrileño) tan excepcional, recurriré a narrar aquí alguna de sus anécdotas: El mismo día en que Ramón había enviado desde Buenos Aires a España el célebre cuadro de la Tertulia de Pombo de Gutierrez Solana que era de su propiedad por regalo del autor, Ramón entró en una cafetería en la calle Hipólito Irigoyen en la que vivía. Pidió el café de costumbre y le advirtió al camarero de que no podía pagárselo: Estoy pendiente de cobrar unos artículos que he entregado. Cuando cobre, te lo pagaré. Estas cosas eran muy frecuentes en él por desgracia. El camarero entonces le dijo: Pero...D. Ramón, ¿está Vd. así? Si sabemos que ha enviado a España un cuadro muy valioso...(hoy ese cuadro es una joya del Museo Nacional Reina Sofía). Sí, respondió Ramón, pero es que ese cuadro no me pertenecía. Pertenece a la tertulia de Pombo de la que yo no fuí mas que un integrante más. Por eso se le he entregado a las autoridades españolas, en nombre de Pombo y no en el mío personal. El franquista que dicen ahora no tenía para pagarse un café y la nostalgia de España le amargaba aunque no podía regresar a ella a causa del régimen.
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Creado el 08/09/2015 11:29
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